Por Malén Denis

 

Duermo siempre del lado derecho de la cama, del lado izquierdo una fila de libros en pilones de distinta altura simula un cuerpo humano. Practico algo que se llama lectura paralela, creo que el nombre lo inventé, pero la disciplina existe. Leer varios títulos en simultáneo, en eso consiste. Dicen algunos que prefieren no ser llamados intelectuales, que hoy en día no se puede pensar en leer una novela de corrido, que la gente joven no lee. Soy joven, creo, y no leo lo suficiente, creo, y cuando hago cuentas siento (creo) que el tiempo no va a alcanzarme, que seré una vieja analfabeta; una de las tragedias que me imagino cada tanto es esa, ser vieja.

En los momentos de soledad extrema y cuando logro hacerme a un lado de internet leo de mis pilas de libros en la cama, practico mi disciplina. Visito varios géneros por día entonces me gusta pensar que soy promiscua. Las pilas forman un degradé: hacia la punta, cerca de dónde le gusta acostarse al gato están los más avanzados, después lecturas obligatorias de la maestría, después filosofía que leo de a fragmentos y sólo en momentos de excesiva concentración, después cuentos, un argentino por cada europeo como para no perder mi identidad nacional, cerca del pecho dos novelas que me debato por empezar y al final bien cerca de mi cabeza, los libros que nunca podré pero siempre querré avanzar.

En mi departamento la vida es solitaria, es silencioso y moderno y la carencia de fallas en la estructura hace que no pueda imaginar mucho: paredes lisas, ninguna sombra, ningún ruido de más. Mi ventana, siempre cerrada, da al pulmón de un edificio clase-media-embolada-porteña-posmenemista, donde casi de milagro una vez a la semana alguien practica en el piano pasajera en trance y yo pienso no todo está tan podrido de este lado de la realidad entonces. Es un pensamiento habitual cuando uno está por volver a caer.

Mi vida en general es así, cerrada ante el pulmón, durmiendo al costado de la ideología coqueteando con salir, que vamos, que seguro hay alguna vida más afuera, seguro hay una banda por descubrir, una risa linda, esas cosas medio Amélie. Otra tragedia que me imagino es esa, no dejar el lado cursi de la existencia y no lograr en general estar del lado de lo que considero que no es humillante.

¿Sabías que tu hermano no sabe cómo me llamo? Lo vi en navidad y dijo mal mi nombre, no me molesta del todo, te pregunto si sabías. Fue otro día que salí a la calle nada más que para cruzarte y lo único que encontré fueron recuerdos, problemas; y después mucho sol, y una resaca tremenda.

Acerco mi ficción lo más posible a mi realidad para un efecto liberador y porque puedo. Te arrimo al vacío discursivo para perderte; si miento mucho quizás te disuelvas. Pero te erigís firme en la puerta de la falacia como un tótem ante el cual no puedo dejar de doblegarme y admitir que algo igual subyace, que incluso al disfrazar todo de todo, de cualquier cosa, dibujar por encima de los recuerdos garabatos, te extraño; y no hay nada que el peso de los libros del lado que tenía reservado para vos en mi vida pueda solucionar.