Por: Lucas Bianchini

Aunque el amor nunca se justifica, a Miyazaki podríamos amarlo porque sus películas siempre tienen artefactos y seres voladores, o porque casi todas son protagonizadas por mujeres fuertes, resolutivas y de gran temperamento, o porque está obsesionado con los cerdos… Pero no, lo amamos por su mente capricorniana, por sindicalista, por Heidi y porque sus personajes siempre están dispuestos a cambiar.
Hayao Miyazaki, un nipón septuagenario que con su sentido de la libertad, la paz y la conciencia ambiental nos voló la cabeza con sus largometrajes, donde buenos y malos se desdibujan siendo más bien fuerzas diferentes con motivaciones comprensibles y sólidas, pero siempre dispuestas al cambio.
Hayao nació en Tokio el 5 de enero de 1941, en medio de la Segunda Guerra Mundial, en una familia de fabricantes de timones para aviones de guerra y con una madre que, por mucho tiempo, padeció tuberculosis espinal. De allí, Miyazaki cobró esa particular fascinación por la aviación y esa fortaleza y el sentido de lucha que vio reflejado en su madre. Y de allí también, el porqué de sus dos sellos como realizador: la elección de personajes infantojuveniles, algo exentos de presiones sociales y culturales, que deben cuidarse de sí mismos y romper con la dependencia hacia sus padres o hacia los adultos que los rodean, ganando experiencia pero sin perder su inocencia y honestidad y, por otro lado, la conciencia ecológica.
Al combo de su infancia, agréguenle que le tocó vivir el peor de todos los ataques que el hombre puede hacer sobre la naturaleza: los ataques nucleares. Siempre recalca en sus films las atroces consecuencias de la guerra, tanto para la humanidad como para la naturaleza. Él reconoce la necesidad de los avances en la industria y en la tecnología para el mejoramiento de la vida del hombre pero plantea, en casi todas sus obras, una reconciliación entre el hombre industrializado y el medio ambiente. Por lo general, la esperanza por esta reconciliación está representada en sus protagonistas.
Singular y provocador. Esos hombres que aparecen cada 50 ó 100 años en su profesión y llegan para romperlo todo, enjuiciar todo y cambiar la era.
Para Hayao Disney desprecia al público al darle historias tan simples que subestiman las necesidades y gustos de los niños. Su mirada nos encandila y su percepción ha revolucionado el mundo del manga y el animé en Japón y el mundo.
¿Qué estudió? Pese a su gran talento artístico, estudió Ciencias Políticas y Económicas en la Universidad de Gakushuin (Tokio), pero pronto la animación y el mundo fantástico terminó ganándole. Es por eso que decide seguir su pasión por dibujar y se embarca como intercalador (encargado de dibujos entre movimientos) en Toei Doga, por aquel entonces una recién creada empresa de animación y donde Hayao empezará su increíble carrera como realizador.
Mente o corazón, ¿qué va primero? Miyazaki hace que sean uno solo. A eso sumémosle una cuota de revolucionario, ese condimento necesario para modificar las realidades y las percepciones.
Y Hayao fue revolucionario en todo. Trabajando en Toei Doga, Miyazaki lideró un movimiento sindicalistas en el seno de esta empresa, generado por la insatisfacción de los trabajadores por los modos de producción y el duro control que Toei ejercía sobre sus filmes. En 1971, harto de aguantar tanto tire y afloje, Miyazaki abandona la casa que lo había visto nacer como animador para comenzar una carrera meteórica, que lo llevaría a participar en algunas de las series niponas más famosas y recordadas de los años setenta, hasta fundar su propio estudio de animación en 1985, Studio Ghibli.
Sentado horas frente a su tablero, Miyazaki le dio vida, voz y movimiento a Heidi en aquellos paisajes suizos llenos de libertad y eternas praderas. En “Spirited Away”, conocida en Latinoamérica como “El viaje de Chihiro”, ganadora del oscar 2002 a mejor película animada y a cuya ceremonia el director se negó a ir simplemente porque le parecía deshonesto visitar un país que estaba bombardeando a Irak; Chihiro, su protagonista, es una niña perdida en un mundo fantástico, donde sólo sobrevivirá trabajando en un sauna para dioses (su imaginación no conoce límites) y “comiendo algo de ese mundo para no desaparecer” (algo más que una simple metáfora).
Imposible olvidarse del gran Totoro, rey de los espíritus del bosque, que sin decir una palabra ayuda a dos niñas a sobrellevar la ausencia de una madre enferma: Catarsis Hayao.
O de su versión de La Sirenita, en “Ponyo en el acantilado”, donde, lejos de hablar de reinos y princesas, simplemente la más tierna amistad hacia un niño de cinco años lleva a una pececita a querer ser humana.
Y todo esto, lo logra desde su monótona quietud oriental de dibujante.
Talentoso, ambicioso, sensible, fiel a sí mismo, único y con una carrera envidiable, Miyazaki sin embargo asevera:
“Me gusta la expresión posibilidades perdidas. Nacer significa estar obligado a elegir una época, un lugar y una vida. Existir aquí, ahora, significa perder la posibilidad de ser otras innumerables personalidades potenciales.”
Y bueno Miya, has sido y sos una personalidad que supo explotar su potencial al máximo, pero para un capricorniano no creo que esto sirva de consuelo.