Por: Julieta Benvegnu

Lo efímero nos define como especie, pero no como individuos. Como humanos tomamos consciencia de que la propia muerte es inevitable y a partir de ahí entendemos que nuestra vida no es ni más ni menos que una sucesión de acontecimientos. Sin embargo, algunos de esos acontecimientos nos definen como personas. A veces, hace falta protagonizar sólo algunos actos para “ser” alguien. P183 entendió eso y tuvo el coraje de hacerse cargo. De ahí a amarlo, hay un solo paso.

Es sabido que las vanguardias históricas de principios de siglo XX cavaron su propia tumba artística. Proclamaban el arte como gesto y repudiaban la canonización de los museos, sin embargo, terminaron ocupando el lugar hegemónico del arte y, por lo tanto, ocupando un lugar en los mismos museos en los que se expone el arte contra la que se revelaban. El street art conserva teóricamente esa definición del arte como “gesto” de las vanguardias, sin embargo, poner al arte callejero en un museo es un poco más complejo. Aunque trasladen paredes enteras con grafitis, sabemos que ellas valen sobre todo por el lugar y momento en que fueron hechas. En otras palabras: podés llevarte la pared, no podés llevarte el acontecimiento. En ese sentido, el arte callejero puede mantenerse siempre siendo “gesto”. A esto sumemos el hecho de que, generalmente, no pueden llevarse nada. Los murales e instalaciones que toman posturas políticas contrarias a las oficiales, suelen desaparecer rápidamente. P183 fue un artista callejero ruso conocido por sus obras contestatarias al gobierno de Vladimir Putin, sobre todo durante el 2012, año en el que el mandatario ruso fue reelecto por tercera vez. Pintaba sabiendo que rápidamente su arte sería tapado por una capa de pintura gris, pero, ya sabemos, lo que importa es el gesto.

“Para mí el arte callejero es una herramienta para enviar pensamientos a la gente y hacerles pensar”. P183 consideraba que Rusia estaba mal por dos motivos: el primero era la dificultad de ganarse el pan, el segundo era la ignorancia del pueblo ruso. Ambas cosas estaban a su entender motivadas por el gobierno ruso y desde el arte su búsqueda era la de crear conciencia, la de abrir interrogantes en las mentes quietas de los ciudadanos de Moscú.

En su página se pueden ver todas sus obras, no obstante, algunas destacan particularmente por su carácter disruptivo. Como el aerosol y la pintura, las redes sociales, son una herramienta más del artista callejero. Es la forma de registrar el gesto artístico, de asignarle a una obra un lugar y un momento, a la vez que se lo hace perdurable en el tiempo. Gracias a los videos que circulan de P183 podemos tener registro de su arte. Una de sus intervenciones más famosas, fue pegar en las puertas del metro imágenes de policías idénticos a aquellos que les pegaban a los civiles en las calles de Moscú durante el frustrado golpe a Gorbachov de 1991. De esta forma, P183 invitaba a los transeúntes a golpear y empujar a los policías pegados para entrar al metro. Otra obra peculiar es la del incendiario. P183 dibujó la imagen de un hombre encapuchado prendiendo fuego un puente de la ciudad. En el video del making of el artista se filma dando el toque final a su obra. Con una molotov prende fuego la parte del puente que su “incendiario ficticio” estaba prendiendo fuego. Una caricia a los amantes de la autoreferencialidad y a las obras que desafían la línea imaginaria que trazamos entre la ficción y la realidad.

No hace falta explicar por qué este artista ocultaba su identidad utilizando pasamontañas y una firma compuesta por su inicial y su fecha de nacimiento. Pavel Pukhov había estudiado diseño para comunicación en la universidad y durante el día trabajaba en una empresa. Durante las noches llevaba a cabo sus intervenciones, y lo venía haciendo desde que era un adolescente, durante casi catorce años. Es por eso que no tomó como un cumplido el hecho de que la prensa comenzara a llamarlo “el Banksy ruso”. Pavel tuvo su propia trayectoria y, sin dudas, dejó un legado artístico.

El primero de abril del 2013, la empresa en la que trabajaba anunció que Pavel había muerto a sus veintinueve años. Los detalles de su muerte no se dieron a conocer. Quizás alguien tenía algún problema con el hecho de que Pavel creía que “expresar la propia opinión es una forma de defensa civil”. Quizás no pudo con tanta exposición. La verdad es que las especulaciones no suman nada a su obra. Su obra habla por sí sola. Habla con fuerza y en voz alta. Sus gestos perduran, y su vida biológica, efímera (como todas) no importa tanto como su individualidad como artista. Pavel Pukhov entendió eso en vida, o al menos eso indica su arrojo artístico. Por eso lo amamos.