Por Simja Dujov
«El tiempo pasa, nos vamos poniendo tecnos” cantaba Luca Prodan en los 80’s, parodiando la famosa canción nostálgica de Pablo Milanés. En plena era digital, todo parece estar al alcance de nuestra mano: tirados en la cama, movemos el dedo para la derecha y elegimos una película, movemos para la izquierda y subimos una foto de las vacaciones a Instagram, scrolleamos para abajo y google, como un dios pagano de Silicon Valley, nos dice qué color combina con nuestras botas, a qué hora cierra el deli- very y cuantas posibles caras tiene Britney Spears según su estado de ánimo y de sobriedad.

En este mundo, donde la comodidad es reina y el “ahora” es la razón de casi todo, volvió la moda de escuchar música en disco de vinilo. Uno de los formatos musicales menos prácticos y caros que se inventaron hasta ahora. Y sí, también el más hermoso. La experiencia de comprar un vinilo, volver a casa, abrir el plástico transparente, sentir la ansiedad de ver las imágenes gigantes que trae adentro, ver la bandeja girar, poner el disco, mover la púa y voilá, 50 minutos de música (sin olvidarse de dar vuelta el disco en el medio). En esta era en donde todo tiene que ser rápido y con el mínimo es- fuerzo, escuchamos una canción en youtube y si a los 30 segundos no nos volvió locos, pasamos a la siguiente. Y que no se demore en cargar el tema que viene porque todo mal. Necesitamos olvidar esa necesidad de que la música sea el soundtrack de nuestra salida a correr o el sonido de fondo de la conversación de la cocina para que pase a ser un n en sí mismo, la música por la música, la experiencia de escuchar música. Y así, como cosa de magia, volvieron los vinilos. En estos días en don- de todo tiene que tener un n práctico, aparece el vinilo no como un formato musical, no como un disco físico, sino como un regalo del tiempo, como una ofrenda al sinsentido. No hay nada más placentero y pro- fundo que hacer cosas sin un sentido práctico. La belleza en sí misma, el arte por el arte.

Las modas van y vienen, como un boomerang en la historia, entonces vuelven los peinados de los 60’s, los bigotes de los 70’s y la ropa de los 80’s. Menos mal que volvió el vinilo y no los VHS, aunque quién sabe, a lo mejor en unos años estemos de vuelta en el videoclub viendo la pared de estrenos y pasándonos la tarde entera eligiendo una película para ese domingo de lluvia.

Y el arte está justamente ahí, en detener el tiempo vertiginoso que nos persigue corriendo, pisar el freno, poder respirar y mirar para los costados. Y concentrarnos en una sola cosa. Dejar de lado la presión por multitaskear hasta cuando estamos relajados y regalarnos un momento escuchando un vinilo. Regalarnos un tiempo para nosotros mismos. Regalarnos un espacio para disfrutar sin ningún n práctico. Regalarnos o, parafraseando a Cortázar, cuando nos sentamos a escuchar un vinilo, quizás nosotros seamos los regalados.